por Yanina Martul, maestra Waldorf de la Escuela Cuarto Creciente de Argentina.

Durante los tres primeros septenios, los seres humanos, en pos de volvernos tales, tenemos la ardua tarea de conquistar las tres cualidades del alma: hacer, sentir, pensar. Lo humano no es una cualidad innata, dada por nacimiento. Lo humano ha de desarrollarse, ha de cultivarse para trascender la animalidad, nutriendo y desarrollando las capacidades humanas de un alma individual. En ese desarrollo, que dará como resultado al ser humano adulto, distinguimos las tres primeras etapas, los tres primeros septenios de la vida humana, porque es allí donde quedan formadas estas tres capacidades.

Mientras que en el jardín de niños todo es hacer a partir de la imitación, de un Yo adulto presente y nutritivo, en la escuela primaria, entre los siete y los catorce años, nos compete la delicada tarea de ayudar al niño a constituirse como un ser humano en el futuro, educando a través de su sentir.

La capacidad de pensar es producto de una larga conquista. Pensar no es un mero alboroto de ideas bullendo en desorden; es poder captar lo trascendente, establecer referencias y relaciones, comprender la realidad y poder llegar a un juicio propio, libre e inspirado. Por eso, la emoción no debe ser obstáculo que, al desbordarse, tiña el pensar con lo puramente anímico, en detrimento de la conciencia al obrar. Durante el tercer septenio, luego del desarrollo del sentir, quedan dadas las condiciones para la conquista de la capacidad del propio juicio, que se basará en esta etapa anterior.

Explicar versus imaginar

A nuestra generación, criada frente a la novedad de las pantallas, la palabra imagen nos remite siempre a algo plasmado, algo que podemos captar con los ojos.

Sin embargo, aquí, la palabra imagen alude a la capacidad de provocar en el niño la actividad de su imaginación, poniendo en juego su voluntad creativa.

Las primeras grandes imágenes que utilizamos, tanto en el jardín como en la primaria, vienen de la mano de los cuentos de hadas. Allí, las imágenes arquetípicas de las virtudes humanas son plasmadas en bellas y conmovedoras historias; virtudes como el valor, el esfuerzo, la generosidad, así como cualidades negativas, como la mentira, la envidia, etc., son encarnadas por personajes y circunstancias.

Un buen ejemplo del uso de la imagen es el cuento "El pastorcito mentiroso" o "Pedro y el lobo", una historia popular. En la historia, el muchacho se burla una y otra vez de los campesinos gritando: ¡El lobo! ¡El lobo se comió mis ovejas!, desoyendo la advertencia de que nadie le creerá el día en que aquello sea verdad. El niño puede captar la enseñanza que se busca transmitir de una forma apropiada a sus capacidades. Con solo contar el cuento cada vez, el niño podrá volver a pasar por su corazón lo que sintió el infeliz pastorcito mentiroso cuando el lobo finalmente apareció y nadie creyó en su llamado. Hemos anclado a su sentir una enseñanza; puede establecer un vínculo empático con lo que intentamos transmitir; puede conectarse con un sentimiento.

"El niño no ha de entender las cosas de boca a oído, sino de alma a alma." (R.Steiner, "Metodología y didáctica") ¿Qué quiere decir esta afirmación?

No es un secreto para nadie que el estado anímico del adulto repercute en los niños. Parecieran leer detrás de lo que decimos, y no es fácil convencerlos con palabras. Por eso, al dar una imagen, debemos elegir los símbolos que, para nosotros, representan bien lo que intentamos transmitir. Los niños captan la imagen cuando ésta está anclada en un sentimiento verdadero. Por ejemplo: el dragón es una imagen arquetípica, que puede cargarse de contenido anímico; puede simbolizar una emoción negativa que me atraviesa (el dragón del enojo) o un miedo personal. El fantasma también es una imagen arquetípica común (el fantasma de la soledad, el fantasma de la enfermedad, etc.), que solemos usar en nuestro hablar cotidiano, como imagen para explicar algo que nos persigue y nos atemoriza.

La imagen no es una mera construcción intelectual; al apelar al sentir mediante las propias imágenes simbólicas, se da forma a lo que, luego, en el siguiente septenio, posibilitará el desarrollo de una capacidad de juicio anclada en el sentimiento (no en la emocionalidad): el pensar cálido, provisto de humanidad.

Para comprender, como dicen los sabios, que una imagen vale más que mil palabras.

Nota de la autora: Este trabajo es una redigestión de ideas a partir de la lectura de los siguientes textos, todos de R. Steiner: Filosofía de la libertad, conf. 1 a 10; La educación basada en la naturaleza humana; El estudio meditativo del hombre, conf. 3 y 4; Metodología y didáctica, conf. 1, 2 y 3.