Torin Finser[1]

Parece que fue hace poco cuando comencé como maestro. El inicio de cada ciclo escolar aún me trae un eco reminiscente de ese sentirme como principiante. Yo tenía 22 años, era idealista, ingenuo y tenía la total disposición de hacer las cosas bien. Gran parte de mi tiempo de preparación lo destiné al plan de estudios, aunque también hice visitas a casas y entrevistas a otros maestros acerca de los niños que iba a recibir. Mirando hacia atrás, a mis primeras semanas, me viene a la cabeza la frase: “Dios, ¿cómo pude manejarlo?”

Muchos de los padres de mi primer grupo tenían la edad como para poder ser mis padres biológicos. Algunos de ellos intentaron darme consejos, muchos estaban desconcertados y muchos probablemente se preguntaban si yo duraría. Sin embargo, por encima de todo, todos eran amables y comprensivos. Cuando me enfrenté a un niño que se frustraba fácilmente, su padre, gerente de una planta local, tranquilamente me explicó que su hijo actuaba igual en casa y que todo lo que necesitaba era un “tiempo fuera” en el entretiempo de las tareas asignadas. Otra madre me ayudó a entender que su hija tenía muy presente su identidad judía y que a menudo explotaba en llanto ante una injusticia. A veces parecía que los padres me acogían con el mismo compromiso con que yo había acogido a sus hijos.

Esto me guió a una temprana, pero poderosa lección en la relación padre-maestro: los padres verdaderamente quieren que el maestro tenga éxito y están dispuestos a hacer lo necesario para que eso ocurra.

En los treinta y cinco años que han pasado desde entonces, he aprendido mucho como maestro y he seguido aprendiendo a través de los ojos de mis colegas que siguen en el salón de clases y de nuestros internos en la Universidad de Antioch (en Estados Unidos). Como resultado, quisiera compartir algunos consejos para el maestro principiante:

Construya relaciones desde el primer día. Los padres son tan importantes como sus hijos y uno los ignora, con las inevitables consecuencias. Llegue a conocerlos, hágales preguntas, visite sus hogares, pregúnteles a qué se dedican, dónde nacieron y cuáles han sido los mayores acontecimientos en su vida. La información puede guiarnos al conocimiento y, bien procesado, el conocimiento puede guiarnos al ejercicio de la sabiduría.

Sea constante en esta intención de construir relaciones, aproveche todas las oportunidades: juntas pedagógicas, entrevistas de retroalimentación, llamadas a casa, etc. Una comunicación regular permite detectar y abordar los asuntos antes de que se conviertan en problemas.

Mantenga registros precisos. Yo llevaba un fólder (a manera de expediente) para cada familia, en el que guardaba copias de mis informes semestrales, apuntes o notas tomadas en las entrevistas con los padres y fechas y tiempos de llamadas telefónicas. Esto me ayudó a evitar la casi inevitable y penosa situación de contradecirme a mí mismo y me permitía dar un vistazo rápido al historial de la relación, antes de una nueva conversación. Una vez, una madre me dijo, “No ha estado en contacto con nosotros”. Entonces, tranquilamente, le recité las fechas de nuestras interacciones de los meses previos, a lo que ella no encontró una respuesta y cambió el tema. De esto aprendí otra lección: Es frecuente que los padres hablen de la realidad desde su percepción de la misma. Esas percepciones, cuando son guiadas más por el sentimiento que por la realidad externa, necesitan ser aclaradas; de otro modo, adquieren vida propia.

En una maravillosa entrevista, Eugene Schwartz describió su modo “a prueba de crisis” de trabajar con padres: llamaba a cada familia dos veces al mes, además de las juntas pedagógicas y entrevistas. Esas llamadas estaban basadas en un proceso intenso que a continuación describo:

Observaba al niño (o tres a la vez) con mucha atención, en la escuela. Después, Eugene llamaba a los padres con una historia o anécdota optimista y luego les preguntaba cómo le estaba yendo al niño en casa. Terminaba preguntando al padre cómo estaba, haciendo referencia a la última conversación que habían tenido: el cambio de trabajo, la pérdida de un familiar u otro tema.

Eugene evitaba a toda costa hablar de asuntos sustantivos en los encuentros incidentales con los padres: en el supermercado, la calle, etc. Los encuentros sociales debían ser solo para lo social, no mezclar el trabajo con el placer… y Eugene tenía mucha experiencia en cuanto a padres de familia.

Trabajar con los papás tanto como con las mamás. Así como ocurre que hay más mujeres involucradas en la docencia en las primeras etapas de la vida de un niño (infancia temprana y niñez), son las madres quienes juegan un papel preponderante en la participación de los padres; por ejemplo, son ellas quienes suelen asistir a las reuniones o festivales escolares. Sin embargo, un maestro no debería nunca ignorar a los padres varones. En una ocasión, una de mis estudiantes graduadas hizo una pequeña investigación sobre el trabajo con papás; descubrió que mucho de lo que se hace rutinariamente en una escuela Waldorf molesta a los papás varones, porque ellos notan cosas que para las mamás pasan inadvertidas o algunas cosas tienen más significado para ellos que otras. Mi estudiante graduada detectó que los papás varones fruncían el entrecejo ante cosas como un mantenimiento deficiente de las instalaciones, la comunicación florida que no llevaba a ningún punto, las inconsistencias en las comunicaciones y las incongruencias en las políticas de la escuela (un maestro que permite un tipo de playera, mientras que otro no lo permite). Eugene trataba de hacer al menos una broma o compartir una anécdota sobre negocios, política o deportes en cada reunión de padres.

Siempre respete las elecciones que hagan los progenitores para sus familias. Como maestros, estamos encargados de muchas cosas durante todo el día y podemos creer que somos los responsables al cien de nuestros alumnos. Sin embargo, somos sólo guardianes temporales, durante el día escolar, y son los padres quienes, por derecho jurídico y moral, toman las principales decisiones en las vidas de los niños. Podemos discrepar de algunas de esas decisiones, mas sólo podremos abordar la influencia de las mismas en la vida escolar; nunca juzgar esas decisiones ni intentar derrocarlas o actuar en su contra. Como maestro, debo tener presente que es el niño quien ha elegido a sus padres (desde el punto de vista de la antroposofía) y ningún maestro puede pretender ser Dios. Podemos hacer preguntas, pero no podemos invalidar o desautorizar las respuestas. Si los padres se sienten poco respetados o juzgados, entonces pueden comportarse de la misma forma con los maestros.

Trate a los padres como le gustaría ser tratado. La disposición de mente abierta y de ser positivo trabaja en ambas direcciones.

Muestre su entusiasmo por enseñar y por los niños. En-teos = entusiasmo, es una condición espiritual altamente contagiosa. Si le emociona una lección, un experimento científico o un descubrimiento matemático, ¡compártalo! Una de mis maestras, Lee Lecraw, estaba tan emocionada con la botánica y la serie de Fibonacci que todavía la recuerdo contando las espirales en las piñas de pino, flores y conchas. Ella se convirtió en la materia y nosotros nos dejamos llevar. El verdadero entusiasmo construye un sentido de experiencia compartida, de vinculación que se transfiere a otras áreas de la relación padre-maestro.

Pregunte antes de afirmar. Muy a menudo, mis resbalones o torpezas se han debido a desinformación o a suposiciones que hago de lo que un papá estaba pensando. Aun cuando uno piense que sabe, no hace daño preguntar de nuevo. Los padres procesan ideas y sentimientos, igual que los maestros, y con el tiempo pueden llegar a resolver un asunto. Pregunte antes de hablar. Por ejemplo, en una entrevista padre-maestro, puede ayudar el preguntar: ¿ha tenido usted oportunidad de pensar más en esto? ¿Cómo le va con mis sugerencias?

Nunca traicione la confianza de los padres hablando de una familia o niño con otros padres. Si usted quiere que los padres confíen en usted, sea confiable. Es cierto que esto se vuelve muy difícil cuando muchos adultos son responsables del mismo niño, como exesposos y nuevas parejas. Yo sugiero preguntar a los responsables cómo quieren manejar la situación. A menos que haya órdenes o restricciones judiciales que indiquen lo contrario, actúe de acuerdo con los deseos de quienes se encargan diariamente del niño. Es cierto que las visitas de fin de semana y la presencia de abuelos cuidadores pueden complicar la situación; no obstante, no perdamos de vista que lo más importante es ser confiable y confiar, así como tener cuidado y tacto respecto a todo lo que se comparta en esas entrevistas.

La confianza es un bien que toma tiempo ganar y en un instante se puede perder. Confiar y ser confiable son una invisible pero poderosa moneda en cualquier relación. Su valor se eleva y cae como pasa con cualquier otra moneda, pero cuando su valor es alto, tiene efectos positivos en muchas otras esferas de la interacción.

Disfrute y respete a los padres de sus alumnos. Vale la pena conocerlos; pueden traer el mundo a las puertas del salón si uno está dispuesto a ver los tesoros que ellos ofrecen. Los padres de los estudiantes son un microcosmos del mundo en su conjunto, con toda su diversidad, herencia cultural, conocimiento y experiencias compartidas, tanto buenas como no tan buenas. Todo está ahí. Quejarse de un padre u otro es mostrar falta de entendimiento del valioso acertijo que somos cada uno de nosotros.

Los padres con los que un maestro trabaja a menudo representan para el maestro el siguiente paso en el desarrollo de su capacidad de relacionarse con otras personas; representan una invitación implícita, para el maestro, a crecer como persona, no sólo como maestro. Acepte la invitación o puede estar seguro de que en el futuro estará recibiendo muchas otras invitaciones. Lo que no aceptemos hoy como tarea, puede volver a nosotros una y otra vez hasta que nos comprometamos a recibirla y ponerle las manos encima.

Finalmente, exhorto a los motivados lectores a consultar los resultados de la encuesta en los apéndices de este libro, bajo la pregunta: ¿Qué cualidades en un maestro propician una buena interacción entre los padres? Además de las respuestas esperadas, como la empatía, la escucha y la disponibilidad, los padres entrevistados ofrecieron reflexiones interesantes sobre qué hay detrás de las buenas relaciones. Como todos sabemos, ver las cosas desde distintas perspectivas nos ayuda enormemente a crear una vida social saludable al interior de la escuela.

 

 


[1] Finser, Torin (2015) The second classroom. USA: Universidad de Antioquia.