Si nuestros hijos no tienen pantallas o no las están usando cotidianamente, ¿no serán excluidos de sus grupos?, ¿se sentirán extraños cuando convivan con niños que desde segundo o cuarto año de primaria ya tienen celular?
Confieso que ésta sí fue una de mis preocupaciones, pues aunque mi esposa y yo teníamos la certeza de que nuestros niños no tendrían contacto con pantallas en sus dos primeros septenios, sí nos hacíamos la pregunta sobre si eso tendría algún efecto en su situación social. Hablamos con mucha gente que tenía la misma postura que nosotros y puedo decir que identifiqué un tema, un tema que yo llamaría ‘las matemáticas de la amistad’; puedo desarrollarlo como sigue: en un salón de 20 niños y niñas, yo diría que para 6º de primaria más de 80% de esos niños ya tienen un celular inteligente, una tablet, su propia computadora… ¿qué pasa si el hijo propio no tiene nada de eso? Sigamos diciendo que 5 a 7 niños (y esto es anecdótico, me encantaría llevar a cabo una investigación seria al respecto) están completamente imbuidos en el uso de las pantallas, videojuegos, por ejemplo, y pasan entre siete y media y nueve horas al día usando alguna pantalla (esa cifra es el promedio nacional estadounidense). Luego tenemos otro subconjunto del grupo, unos 10-12 niños, que sí están metidos en las pantallas, pero que también hacen otras cosas: tocan algún instrumento, hacen deporte, tienen actividades al aire libre…, entonces dedican solo parte de su tiempo de vigilia a estar frente a las pantallas. Luego tenemos un tercer subconjunto del grupo de 20 niños, un pequeño grupo de 3 a 5 niños, que utiliza en muy baja medida o no utiliza en absoluto las pantallas.
Ahora, si ese primer subconjunto de niños (con alto consumo de pantallas) no entabla amistad con mis hijos… francamente, no me preocuparía ni molestaría. Está bien si mis hijos no se relacionan con chicos bombardeados por todo lo que ven en las pantallas. Luego tenemos el segundo grupo que, lo he visto, están interesados en los niños que usan poco o nada las pantallas porque estos últimos están llenos de ideas y saben entretenerse. Les cuento una anécdota: un día, estaban seis o siete niños de cuarto y quinto grado alrededor de una mesa, muchos de ellos inmersos en el celular y algunos, incluso, enviándose mensajes de texto entre ellos. Después de un rato, una de las niñas que no tenía celular dijo: “¿Qué podemos hacer?”, a lo que mi hija contestó: “Juguemos a guerritas de hielo, en mi azotea tengo un montón de carámbanos que he ido recolectando. Podemos poner una escalera, subir al techo por ellos y hacer la guerra acá abajo.” Todos acogieron la idea y pusieron manos a la obra.
No resultó tan buena la idea, pues hubo un niño accidentado, pero al menos fue una idea. Los niños que no usan pantallas o las usan muy poco inventan cosas nuevas y eso los hace populares, los hace ser aceptados de maneras que no anticipamos.
Otra cosa que sucede con estos niños que no usan pantallas, una vez que crecen un poco, es que frecuentemente sus amigos recurren a ellos cuando estos pasan por momentos difíciles; y creo que esto es porque un niño que no crece usando las pantallas se conecta, se vincula con los otros. Cuando comienzan una conversación, ponen atención y no responden sólo: “OMG” (Oh my god!), sino que están realmente ahí y contestan con contenido.
Conforme siguen creciendo, y nosotros somos pacientes para hacer estas observaciones, vamos viendo el grupito de niños con los que hacen amistad, y vemos que a nuestros hijos los respetan, no por el hecho de que no usen pantallas, sino porque ‘están enteros’, están presentes. He observado esto y he corrido el riesgo con mis hijos, he platicado con muchos otros adultos que han recorrido el mismo camino, y ha funcionado, puesto que nuestros hijos son los niños que no son fácilmente llevados por las tendencias de cómo hay que vestirse, cómo hay que hablar.
Y no es un problema que mi hijo se relacione con niños que usan pantallas, yo aconsejo a mis hijos que no tienen que irse del círculo de amigos cuando empiecen a comentar los contenidos de juegos o programas. “¿Qué hago?”, me pregunta mi hijo, “si empiezan a hablar de eso”. Yo le contesto: “Quédate ahí, no tienes que participar hablando; quédate ahí y escucha, ¿o alguien te dice que no puedes estar?” “No, no”, contesta mi hijo.
Por último, algo realmente conmovedor y bueno que he visto con el paso de los años es que los chicos que estuvieron inmersos en el mundo virtual durante muchos años (en videojuegos o en la red durante horas y horas), cuando llegan a los 16, 17 o 18 años y les llega el momento de mirar hacia el mundo e intentar establecer contacto, los chicos que han estado presentes durante los años previos, los que no dejaron de estar en la realidad, son los que están ahí para ellos y los que les enseñan un posible camino. Para esto es importante que yo no haya empleado un lenguaje de crítica y juicio hacia los niños y jóvenes muy metidos en las pantallas. Mi consejo es no hablar demasiado sobre los efectos tóxicos de las pantallas en los niños, etc., con nuestros hijos. Si nos mantenemos lejos del juicio, nuestros hijos serán capaces de relacionarse con los otros lejos del juicio, también, y serán quienes puedan tender una mano para los que estuvieron ausentes durante mucho tiempo.
Así que esto de las pantallas y la amistad es un asunto de lenta cocción: hay que tener paciencia y aplomo, puesto que sí es un tema que puede costar trabajo.
Este texto es una traducción y transcripción de una conferencia oral, impartida en noviembre de 2016, por Kim John Payne.