Una de las reglas de oro en la pedagogía Waldorf es: primero el movimiento. La clase de dibujo de formas lleva al niño a la vivencia del movimiento en las formas, el gesto formativo en las cosas creadas por la naturaleza y por los seres humanos.  La habilidad implicada en el trazo de las formas, así como los sentimientos que emergen mientras se traza con la mano o el cuerpo una forma, son movimientos interiores que, a su vez, despiertan la conciencia del espacio y estimulan la percepción de elementos propios de la experiencia espacial, como la simetría, el contramovimiento, la repetición, la gradación en ascenso o descenso. El dibujo de formas ayuda a los niños a orientarse y a moverse adecuadamente en el espacio, particularmente a aquellos que tengan algo extremadamente unilateral en su naturaleza.
En el primer grado, el dibujo de formas busca despertar en los niños el sentido de la forma, lo cual los prepara para aprender a escribir y leer. Las líneas rectas y curvas son el punto de partida del dibujo de formas. En segundo grado, la práctica de la percepción interior consiste en dar a los niños la mitad de una forma simétrica y dejar que ellos mismos completen la mitad que corresponde. Para hacer eso deben estar activos interiormente (imaginación) y deben sentir que la estructura que se les ha dado está inacabada. En tercer grado practican con “simetrías asimétricas” libres. Ahora han de descubrir las formas apropiadas correspondientes, de una manera libre. En cuarto grado se avanza en la imaginación del espacio; para ello se necesita mayor conciencia y concentración, pues ahora las líneas se cruzan en diferentes ángulos. Cuarto grado es un resumen y una integración de todo lo que se ha aprendido en el dibujo de formas. En quinto grado, el dibujo de formas es absorbido por el dibujo geométrico. Otra vez, el punto de partida pueden ser las polaridades de las líneas recta y curva. Se comienza con dibujos a mano alzada, sin compás ni regla. En sexto grado, los niños han llegado a la “edad de la causalidad”, que requiere una precisión en su dibujo: es oportuno introducir los instrumentos.

En séptimo grado trabajan los estudios de luz y sombra. Los alumnos de esta edad necesitan la perspectiva y los ejercicios que involucran el punto de fuga desde distintos enfoques, puesto que están buscando su punto de vista, propio e inequívoco. Se ven los dibujos de sólidos atendiendo a la proyección de la sombra. En octavo grado culmina la segunda fase (la primera culminó en cuarto grado) de las clases de dibujo; éste se combina, en la geometría, y se da paso a la tercera dimensión con la construcción de los sólidos platónicos. Se presenta el dibujo de la sección aurea (establece que la relación entre lo pequeño y lo grande es la misma que la relación entre lo grande y el todo, se aprecia mucho en las pinturas del Renacimiento). En noveno grado, los jóvenes desarrollan una conciencia de lo complementario en las artes: el cultivo de la estética por sí misma es expresión de sentimientos interiores, mientras que la transformación de materiales responde a requerimientos prácticos en el mundo (como en los carteles) y la observación precisa es base para el juicio equilibrado.